Comenzaba la primera Semana Santa
tras la Guerra Civil Española, y como era imprescindible por sus sentimientos
hacia los Granaderos Marrajos, se apunto para los desfiles que aquellos
Bizarros Granaderos mantenían, después, de un desgraciado alto en el camino.
Sin exigir por la antigüedad,
desfilo hasta el año 1952 en la segunda fila de Escuadra, realizando el papel
encomendado en la representación de aquellos Granaderos que tantas veces
sacaron aplausos emocionados de una ciudadanía que durante su Gran Semana
Santa, aparcaban cualquier problema cotidiano. Mientras, su esposa, cuidaba del
arreglo del uniforme Granadero, con el que lo veía más guapo y elegante, sin
poder pensar cada uno, lo que aquella mujer entregada a su querido Granadero, sentía
en su interior.
Por desgracia, llego una
enfermedad que le alejo de los desfiles en sus Granaderos Marrajos, sabiendo
ella, el dolor que a él le suponía, pero en silencio siguió en su Agrupación,
de la que llego el broche merecido, al ser nombrado Presidente de esta.
Volvió la felicidad a su rostro,
y ella lo compartía más que nunca con él, debido a su inmenso amor y entrega,
sabiendo por otro lado, el inmenso dolor que le suponía una enfermedad, que
poco a poco se lo llevaba, aún así, el era feliz realizando sus proyectos con
su familia granadera.
La enfermedad se lo arrebato de
sus brazos, pero aún en el dolor, ella seguía viendo a un elegante Gastador
Marrajo, alto, majestuoso en sus desfiles y elegante en sus pasos.
La vida seguía, pero no de la
misma forma. De sus 16 nietos, había uno en especial que le recordaba a él, y
más, cuando este nieto comenzó a desfilar con los Granaderos Marrajos, para
ella, había vuelto la felicidad atreves de su nieto, lo volvía a ver, y más
cuando este, comenzó a vestir como Gastador. Aún en su enfermedad, tuvo el
coraje de ver en silla de ruedas como se condecoraba a este nieto por su antigüedad en
los granaderos, y lo hizo en dos ocasiones.
La emoción vivida por ella, junto
a la brisa del mar que baña el puerto de Cartagena, con los aromas a Semana
Santa, hacían que sus ancianos ojos se llenarán de felicidad, el, estaba con
ella, y ella lo sentía en silencio, algo que jamás conto a los demás, en
realidad, era aquel Bizarro Granadero del que siempre estuvo enamorada.
Su nieto, con el permiso
pertinente comenzó a guardar el uniforme granadero en casa, y al saber la inmensa
ilusión de su abuela por este, colgó en el guardarropa de su abuela, el mandil
granadero. Ella le contaba que le encantaba abrir todas las mañanas el
guardarropa para vestirse, por qué veía el mandil, la realidad no era otra que
al mirar el mandil, lo veía cada mañana a su lado, sentía que seguía con él.
Plumilla de Nicomedes Gómez |
Por desgracia se quedo postrada
en su cama, pero seguía pidiendo que le abrieran el guardarropa para verlo, su
mirada se quedaba fija en el mandil, y por unos instantes, los dos se cogían de
la mano.
Una mañana, sobre las once y media,
cuando su vida se marchaba, pidió por última vez que le abrieran su
guardarropas para encontrase con él, y tras treinta minutos, se marcho con él,
tranquila, en paz y serena, mirando lo que más le gustaba, llevándose los
mejores recuerdos de su vida. Ellos sufrieron el dolor de la perdida de una
Madre, Hermana y Abuela, pero su consuelo quedo, sabiendo que los dos se marcharon
juntos, con un inmenso amor, ella, cogida a su brazo, y el, con su uniforme de
Granadero.
Dedicado en especial, a un gran
amigo, que siente verdadera admiración por sus Abuelos, y en especial por el
Mandil de Granadero.